Del cerdo, hasta los andares. Tanto es así que, según el último Informe del consumo de alimentación en España, la carne fresca de porcino es la más consumida en los hogares españoles después de la de pollo (10,68 kilogramos por persona y año). Entre otras cosas, se debe a su precio asequible para los consumidores y a sus propiedades, que ayudan a una alimentación sana y equilibrada.
Dadas sus características de composición y color, la carne de cerdo se ha incluido en el grupo de las carnes blancas por diferentes instituciones como la Organización Mundial de la Salud y la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea, desde donde subrayan sus propiedades positivas. De hecho, los expertos recomiendan su consumo de tres a cuatro veces por semana, tanto para su inclusión dentro de una dieta equilibra como en dietas cardiovasculares, hipocalóricas, reducidas en sal o colesterol.
En términos económicos, el sector porcino español tiene una importancia clave en la economía de nuestro país, ya que supone alrededor del 14% de la Producción Final Agraria. España es el tercer mayor productor del mundo y el primer productor de la Unión Europea. Y además del consumo nacional, la balanza comercial es muy positiva. España se ha consolidado como segundo mayor exportador de porcino de la UE, sólo por detrás de Alemania, aumentando espectacularmente las exportaciones a terceros países.
Dicho esto, queda demostrada la importancia de este sector, tanto para el carro de la compra, como para la economía del país.
Sin embargo, en los últimos tiempos hemos asistido a una campaña de desprestigio contra las granjas de cerdos. Es una actividad que no goza de la buena fama que merece, hasta el punto que, para la instalación de naves de porcino tienes que enfrentarte a cortapisas por asuntos sanitarios, urbanístico, fiscales, etc.
Pero la realidad es que las ganaderías españolas cumplen con rigurosos requisitos, tanto para sus instalaciones (metros cuadrados por animal, ventilación, limpieza y desinfección de las mismas) como en cuanto a otros parámetros como son la identificación de los animales, la gestión de residuos, las condiciones de transporte, etc.
Además, hay que hacer hincapié en el empleo que generan. Pongamos de ejemplo una explotación media, con unas 400 madres en ciclo cerrado, es decir, crían y ceban para vender cerdos de 100 kilogramos. La granja da empleo directo a dos o tres personas, pero el empleo indirecto, mueve a gran cantidad de profesionales.
Entre ellos los veterinarios. Cada granja tiene uno propio, a los que hay que sumar los que trabajan en los mataderos. Se ocupan de certificar que se cumplen los requisitos de sanidad animal, además de atender sanitariamente a los animales. Además, en todos los pueblos donde hay una ganadería, hay una cooperativa de piensos en las que pueden trabajar entre siete y nueve trabajadores. La elaboración del pienso, además, beneficia a la agricultura, demandando cereal y ofreciendo purines para abono natural. Obviamente, también genera empleo en los mataderos, que proliferan en zonas ganaderas y a los transportistas, pues una explotación media saca unos 150 animales semanalmente.
En definitiva, los ganaderos españoles generan empleo, fijan población en el ámbito rural y producen de acuerdo a una exigente normativa europea sobre bienestar animal, condiciones higiénico-sanitarias de las granjas, bioseguridad y trazabilidad en sus producciones.
Gracias a esto, los consumidores podemos adquirir productos con calidades más que demostradas, sanos, seguros y a precios competitivos.