Quizá en la memoria de los más jóvenes no alcance a recordar aquel tiempo pasado en el que los españoles abanderaron una de las luchas más importantes de su historia: la del camino hacia la democracia.
Pero ellos sí, los que ahora están marcados por prominentes arrugas guardan en su retina la imagen de una figura firme capaz de conseguir devolver la posibilidad de que todos los españoles pudieran darse la mano. Me refiero al recién abdicado rey Juan Carlos y cómo se convirtió en el director de la orquesta de la transición.
A título personal, creo en la incontestable figura del Rey. En la de Juan Carlos, y en la próxima, en la de Felipe. Sobradamente preparado desde su infancia, su papel será el de situar a nuestro país en el primer nivel, hablando en todos los aspectos.
Y lamento profundamente esa falta de memoria de la izquierda radical e interesada electoralmente de este país que ahora se ha subrogado el paternalismo de la república. Y más lamento, que mientras aprendíamos a ser democráticos y nos sentíamos identificados con la bandera constitucional, todos se aprovecharon de ello. Y ahora, esa izquierda ha reaccionado con la libertad de opinión, pero no deja de ser puro electoralismo. El drama para los que dicen ser republicanos, es precisamente que la gente lo sabe. No podemos aceptar la pretendida homologación de república con modernidad y democracia. Tampoco podemos ignorar que entre los 10 países más democráticos, de mayor calidad de vida tanto cultural como económica y solidaria, 7 de ellos tienen regímenes monárquicos que han permanecido en los últimos 100 años.
Volviendo a la preparación más estricta de Felipe para ejercer su función (inclusive en idiomas, y no digo más), he de recordar que ningún gobernante más, en cualquiera de sus formas, ha dedicado todos sus años de educación a prepararse. Su cargo, si lo podemos denominar así, está asegurado de por vida, lo que discurriendo nos lleva a la conclusión de que jamás estará influenciado en la toma de decisiones y en la óptima ejercitación de sus funciones las ambiciones por conservar el puesto o ser reelegido. Algo que muchos practican demasiado bien.
Otro detallito (paradójicamente trascendente, diría yo). El monarca es neutro. Esto es, no es una figura ideológica, (ni de derechas, ni de izquierdas, ni de centro ni de ninguna dirección) lo cual ayuda a la unidad y cohesión de un país que sufra cualquier crisis de ideologías enfrentadas. Y más aun, de cara al exterior, sus negociaciones (inclusive las que alcancen la dimensión agroalimentaria) y sus relaciones internacionales no se verán perturbadas porque tenga que tratar con un país de creencias políticas antagónicas, ganando así un amplio abanico de posibilidades para conseguir ventajas económicas para sus empresas nacionales en otros países, papel que otra figura marcada ideológicamente no podría llegar nunca a igualar.
Si a esto le sumamos que un cambio de modelo de estado no nos solucionará el problema de los desahucios o el malestar general, que no es verdad que al presidente de la república lo elija el pueblo (si no cámaras del ejecutivo como en Alemania o similares), que los bailes de cifras sobre los costes de las distintas formas no son un argumento válido por la imposibilidad de igualar los sumandos en las cuentas, me ratifico más aún en mis conclusiones de por qué Felipe es quien tiene ahora que ocupar su futuro papel.
Y para terminar, un cambio de modelo de estado no puede tomarse trivialmente. Tenemos que pensar en el porvenir de este país, en mirar por que la credibilidad internacional no se resienta, la economía tampoco… Necesitamos fortalecer la imagen de la clase política ante la sociedad y también que los políticos escuchen a la gente (y no digo a la calle, si no a las personas que tienen que aportar) Así que propongo que nos centremos, que en España quedan muchas cosas que hacer, tenemos que salir de esta crisis y devolver el bienestar general. Todo los demás, demagogia.
José María Fresneda Fresneda, Secretario General de ASAJA Castilla-La Mancha