Por José María Fresneda, Secretario General de ASAJA de Castilla-La Mancha.
El campo cada vez demanda una mayor profesionalización en el sector. El nuevo orden de comercio mundial hace imprescindible tener conocimientos de tecnificación e internacionalización para poder competir en la era de la globalización.
La formación es la clave para gestionar una explotación agraria como una empresa, para tener capacidad de analizar el mercado y establecer estrategias acordes a cada situación.
El conocimiento también mejora el rendimiento de las empresas permitiendo reducir costes sin que la producción final se vea afectada. La innovación aplicada al sector nos permite desarrollar nuevos productos. Y, la modernización, aumenta el valor de la producción apostando por la calidad en detrimento del volumen.
Sin embargo, muchos agricultores todavía no asumen esa identidad de empresario. Es una de las asignaturas pendientes, aunque poco a poco, y según los datos que reflejan las Encuestas sobre la Estructura de las Explotaciones Agrícolas que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE), cada vez hay más jefes de explotación con algún tipo de estudio agrario.
En definitiva, la formación y capacitación de los profesionales del campo supone mejorar las habilidades tecnológicas, gerenciales y organizativas de su explotación agraria o ganadera y así, aumentar la rentabilidad de las mismas teniendo en cuenta los grandes retos que tiene que afrontar.
Retos como el cambio climático, la pérdida de población, el envejecimiento del sector y, por supuesto, alimentar a una creciente población mundial.
El cuidado del medio ambiente, aunque sea actualidad para los medios y los políticos, es una labor que siempre han desempeñado agricultores y ganaderos. Al fin y al cabo, son los más interesados en tener una naturaleza y unos pueblos vivos. Nos preocupa la falta de disponibilidad de recursos como el agua, el bienestar animal y la conservación y valorización de la biodiversidad.
Buscamos el crecimiento sostenible. Y, dicho sea de paso, ese compromiso y esfuerzo medioambiental que realizan los agricultores debe traducirse en beneficios económicos.
Otro reto es la despoblación. La formación supone un elemento de dinamización y modernización. Y, mejorando las condiciones de las explotaciones, hacemos más atractiva esta profesión, que es la mejor fórmula para la repoblación rural.
No obstante, se trata de un sector envejecido y la edad condiciona la motivación para formarse y buscar la mejora de explotaciones. Los pueblos llevan años enfrentándose a la fuga de talentos, sobre todo, por el alto coste que supone invertir en la creación de una empresa agraria y la falta de prestigio de la profesión.
Y, por último, el gran reto de alimentar a una creciente población mundial, de forma sostenible, y garantizando una alimentación sana y segura para todos los consumidores.
Así pues, dicho esto, demos una vuelta para ver cómo es y cómo debería ser la formación en este sector.
De momento, la formación agraria puede acreditarse con títulos como el de ingeniero técnico agrícola, agrónomo, grado de Enología o a través de Formación Profesional Agrícola, entre otros. Sin embargo, la mayoría de los jóvenes accede por otra vía, la de la experiencia y el conocimiento heredado junto con una formación específica obligatoria. En este sentido, encontramos formación de manipulación de fitosanitarios, de prevención de riesgos laborales y, sobre todo, el curso de Incorporación a la Empresa Agraria, pues es requisito indispensable para poder acceder a ayudas específicas del Programa de Desarrollo Rural (PDR).
Pero el campo también requiere una renovación constante de la formación. Es imprescindible reciclarse y actualizar aspectos referentes a la legislación cambiante, a las nuevas tecnologías y al nuevo orden comercial. Y, para ello, hay que aprender a mejorar la capacidad de gestión y administración de las explotaciones, manejar competencias digitales (automatización, monitorización, geolocalización, agricultura de precisión, Big Data…) y buscar nuevas técnicas de venta.
Las nuevas tecnologías también están propiciando una notable ampliación y diversificación de los procedimientos y canales formativos, incrementando la oferta formativa y educativa y dando una mayor cobertura de la demanda de las necesidades sociales. Aunque, en este sector, todavía se producen algunos desajustes en las acciones formativas que se diseñan, pues es muy difícil llegar a personas con muy poco tiempo y muy sujetas a las labores cotidianas de sus producciones.
La formación también debe ser coordinada y flexible a todos los niveles, es decir, para los que han crecido con la agricultura en el ámbito familiar y para los que se enfrentan a ella por primera vez. Se trata de combinar los conocimientos heredados con los técnicos y tener una perspectiva integral.
Para terminar, haremos mención a las palabras de Rosa Gallardo Cobos, Directora de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos y de Montes en Universidad de Córdoba que, durante el VII Foro Nacional de Desarrollo Rural celebrado en Zaragoza a finales de febrero en el marco de la Feria Internacional de la Maquinaria Agrícola (FIMA), explicaba cómo debe ser la formación:
“Una formación adecuada debe responder a las necesidades reales y debe estar en continua actualización. El objetivo de la formación es obtener profesionales competentes que ofrezcan soluciones y ventajas competitivas con los productos obtenidos del sector agroalimentario y al mantenimiento y mejora del medio rural y del medioambiente. Y debe ser capaz de aportar los elementos necesarios para una transferencia de conocimientos eficaz”.