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Agricultura inteligente y mitigadora del cambio climático.

Miércoles, 27 de enero de 2016

Por José María Fresneda, Secretario General de ASAJA Castilla-La Mancha. Publicado en la revista Aquí.

Recientemente, en la Cumbre de París (COP21), se cerraba un histórico acuerdo contra el cambio climático. 195 países del mundo se ponían de acuerdo para poner en marcha los instrumentos necesarios para frenar el calentamiento global. El pacto fija techo a las emisiones de gases de efecto invernadero y establece un sistema de financiación.

Así pues, España, Europa y otros cuantos países más, tendrán que aumentar esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura del planeta. 

Y aquí es donde entra en juego la agricultura, pues su práctica, según algunos, contribuye al cambio climático. Una verdad a medias, ideal para cargar el mochuelo a los agricultores y tildar su actividad poco más que de nociva.

Es cierto que la agricultura libera importantes cantidades de óxido nitroso debido a los fertilizantes nitrogenados y que el ganado produce metano, gases ambos de efecto invernadero. No obstante, precisamente la agricultura de los últimos años es la que más empeño ha puesto para frenar el cambio climático. Las cifras hablan por sí solas: en los últimos veinte años, las emisiones de la agricultura de la Unión Europea se redujeron un 24% por la reducción de la cabaña ganadera, la gestión de purines y la aplicación más eficiente de los fertilizantes. Sin embargo, el impacto de sectores como el del transporte ha aumentado. 

Conviene tener en cuenta esto, como dice Martin Merrild, presidente del Comité de Organizaciones Profesionales Agrarias (COPA) de la UE, quien añade que lo último que necesitamos es que los agricultores se encuentren atrapados entre las consecuencias del cambio climático sobre su producción y los efectos negativos de las nuevas políticas impuestos.

Y es que, las consecuencias del calentamiento también recaen sobre la actividad agraria. Producir requiere de tierra, agua, luz solar y calor adecuados para crecer. Sin embargo, el cambio climático está trayendo veranos calurosos y secos, reduciéndose las lluvias y el agua disponible para regar. Se acentúa la intensidad de los fenómenos meteorológicos (pedriscos, tormentas e inundaciones). Aparecen nuevas plagas y enfermedades, se modifican las épocas de siembra, se utilizan otras variedades de cultivos... 

Pero existe una premisa intocable: hay que garantizar un abastecimiento de alimentos seguros para alimentar a una población mundial que se prevé aumentará en un 60% de aquí a 2050. 

Además, la solución no es producir más, sin producir con valor nutricional y garantizando la seguridad alimentaria. Por eso no se puede deslocalizar la agricultura, porque las necesidades van mucho más allá de abastecer a todos con precios asequibles.

Existen ya numerosos estudios que demuestran la capacidad de la agricultura para adaptarse e, incluso, mitigar el cambio climático.

Por ejemplo, en la Universidad Pública de Navarra han desarrollado el proyecto Life Reagiox en el que ponen de relieve la importancia de la agricultura de regadío en la fijación del CO2 atmosférico y su potencial para la reducción de gases de efecto invernadero, mediante una gestión sostenible de este tipo de agricultura.

Y según el proyecto Medacc, que estudia en Cataluña la capacidad de adaptación de la agricultura mediterránea al cambio climático, cultivos como la viña, el olivo o el melocotón acumulan dióxido de carbono en igual o mayor medida que los bosques de pino joven. Todo ello, con las ventajas que tienen los cultivos sobre estas masas forestales. “La viña no se quema, genera riqueza, fija la población en el territorio y regula el flujo de agua y nutrientes”, tal y como explica uno de los científicos del Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA) de la Generalitat. 

Así pues, la agricultura puede contribuir a la mitigación de los Gases Efecto Invernadero (GEI), minimizando sus emisiones, secuestrando carbono atmosférico en el suelo y produciendo biocombusibles.

 Por tanto, hay que valorar los esfuerzos  de la agricultura y reconocer su incidencia positiva para el cambio climático.

El director general de la FAO, Graziano da Silva, decía recientemente al respecto que el modelo de producción debía ser revisado. “Necesitamos un cambio de paradigma: los sistemas alimentarios deben ser más sostenibles, inclusivos y resilientes”, que dicho de otra manera viene a decir que debemos preservar el suelo y la biodiversidad para las generaciones futuras, ajustar las prácticas agrícolas para hacerlas más adaptables y capaces de resistir a las presiones ambientales. Ya existen estudios y proyectos que demuestran la eficacia de sistemas sostenibles que reducen la concentración de CO2 en la atmósfera, como la agricultura de conservación, la rotación de cultivos o la agricultura de precisión.

Un nuevo enfoque que se conoce como “agricultura climáticamente inteligente”. Pero, para ello, se requieren políticas coherentes sobre el cambio climático, la energía y la seguridad alimentaria, que potencien adecuadamente la generación y transferencia de tecnología. Para ello se necesitan mayores inversiones, mantenidas a largo plazo, en investigación para desarrollar nuevas tecnologías, herramientas de decisión e información y estrategias efectivas de comunicación, para transformar la agricultura en un sistema que sea más flexible y adaptado a la variabilidad y al cambio climático, como explica Luis López Bellido, profesor de la Universidad de Córdoba e investigador del Campus de Excelencia Internacional Agroalimentario en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes (ETSIAM). 

Y para concluir, mención especial para los agricultores, quienes no sólo se ocupan de producir los alimentos sanos y seguros, sino también los que están dando un servicio a la sociedad hasta para respirar de forma sana y pura. Por tanto, y como tantas veces hemos repetido ya, si quien contamina paga... quien descontamine, que cobre. 



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